La familia de Albert Einstein: la mujer que “se llevó” el Nobel, el amor con su prima y la monogamia que nunca aceptó

Su apellido representa conocimiento, y a la vez curiosidad. Una curiosidad que dio vuelta lo establecido con transformadoras investigaciones, que otorgaron mayores precisiones, aunque relativas, sobre lo que nos rodea.
Pero Albert Einstein no lo hizo solo. Como todo ser humano, estuvo acompañado de personas y contextos. Se lo conoce por ser el científico más famoso del siglo XX, reconociéndosele revolucionarias contribuciones a la ciencia, una con más recelo que la otra. No porque estuviera mal, sino por el impacto que provocaría aceptarla.
La teoría de la relatividad, por un lado, y la ley del efecto fotoeléctrico, por el otro, fueron sus dos grandes descubrimientos. Si bien el primero es el más conocido, por el segundo ganó el Premio Nobel de Física en 1921, y que más le costó digerir a los miembros del jurado.
El motivo del galardón era por su explicación de la teoría cuántica de la luz, que posteriormente posibilitó desde la existencia de pantallas de TV hasta la tecnología láser. Más mérito merece al haberla publicado en 1905, a nada menos que los 26 años.
Sin embargo, por aquellos tiempos de juventud, además del estudio, pasaba las horas con Mileva Maric, la física y matemática serbia que se convirtió en su primer amor. De ella se dice que tuvo un papel fundamental en ambos hallazgos del genio. Así quedó registrado en sus cartas, que se refieren a las investigaciones como “nuestro trabajo”.
Tuvieron tres hijos. La primera una niña llamada Lieserl, de la que se desconoce su destino, posiblemente falleció de bebé por una enfermedad o fue dada en adopción. Pero la relación fue bastante conflictiva: Einstein tenía como amante a su propia prima, quien luego se convirtió en su segunda esposa.
La crianza de Albert Einstein
Nacido en la ciudad de Ulm, Alemania, el 14 de marzo de 1879, Einstein se crio en el seno de una familia judía. A pesar de que cuando era pequeño no hubo buenos augurios -empezó a hablar y caminar recién a los tres años, y tuvo inconvenientes en la escuela-, las mujeres que lo rodearon lo marcaron muy positivamente en la infancia.
Albert Einstein a los 17 años. Foto: ArchivoDe su madre Pauline Koch, quien tocaba el piano, cultivó el gusto por la música. La escuchaba hacer sonar las teclas del instrumento, y además dedicaba toda su atención a las clases de violín que le impartía. Desde entonces, el violín sería un leal compañero de Einstein en la escuela y en la adultez.
Por otro lado, se llevó muy bien con su hermana dos años menor, Maria “Maja”. Su padre Hermann Einstein no influyó tanto en él como sí lo hizo su tío Jacob. Este le prestaba libros, entre ellos uno que lo fascinó: Elementos de Euclides.
De esta manera, el tío le despertó la pasión por el álgebra, algo que ni los profesores habían logrado en los claustros. De hecho, en el instituto se pasaban de severos, habiéndole uno de ellos sentenciado al pequeño que “no lograría nada en la vida”.
Luego de abandonos y algunas malas calificaciones en su educación formal (concretamente en la asignatura de letras), Einstein logró ingresar a la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, en Suiza.
Mileva Maric, la física serbia que fue crucial para el reconocimiento de Einstein
Instalado en el pequeño país de Europa, y habiendo renunciado a la nacionalidad alemana aparentemente para evitar el servicio militar, el célebre físico tuvo su primer flechazo. En 1896 conoció a Mileva Maric en el mencionado instituto universitario, uno de los pocos en Europa que admitía mujeres.
La joven serbia, que llegó a tener mejores calificaciones que Einstein, no era aceptada por los padres del genio. “Ella es un libro como tú, pero tú necesitas una mujer”, se le atribuye haber dicho a su madre Pauline.
Mileva Maric no llegó a graduarse por haber quedado embarazada. Foto: MS/HO REUTERSAsí y todo, el amor continuó y se casaron a comienzos de 1903, tres años después de que él se graduase como profesor de matemática y física. A ella le faltaba poco para obtener su título, pero quedó embarazada y no pudo volver a presentarse a los exámenes finales.
Se fueron a vivir a Berna, Suiza, donde el hombre de los pelos despeinados había conseguido un trabajo en la oficina de Patentes. Dedicada a las tareas del hogar y al cuidado de Hans Albert, su segundo hijo, Mileva no dejó de desarrollar el intelecto.
Al contrario, por las noches la pareja desarrollaba teorías físicas en la mesa de la cocina. Además, la muchacha destacada en matemáticas, hacía el trabajo que a su colega no le gustaba, que eran los cálculos.
“Sin ella, no habría llegado a completar la Teoría de la Relatividad”, afirmó Einstein. Sin embargo, Mileva falleció en 1948 a los 72 años, sin ningún tipo de reconocimiento oficial. Hubo uno solo, que ella misma procuró al momento del divorcio.
Mileva era una experta en cálculos matemáticos. Foto: Ian Waldie/REUTERSCuando se separaron legalmente en 1919, la física puso como condición que si algún día Einstein ganaba el Premio Nobel, ella sería quien recibiría el dinero del galardón.
Se aceptó el pacto y en 1921 la suma económica se dirigió a Mileva. Tal acción pareciera decir lo que el contexto de la época impedía: una mujer como coautora de la ley del efecto fotoeléctrico habría reducido las posibilidades de éxito a algo ya bastante revolucionario.
Una enfermedad mental en “el hijo más refinado”
La pareja de intelectuales tuvo tres hijos, entre los que se encontraba la beba con destino desconocido. Los otros dos fueron Hans Albert y Eduard, siendo este último el que provocaría más daños en los sentimientos del físico.
La familia vivió junta durante un tiempo, pero a raíz del divorcio, Hans y Eduard pasaron a estar con su madre en Zurich, el primero tenía 15 años y el segundo, 10. El padre se quedó en la ciudad alemana de Berlín, de donde se tendría que ir más adelante.
Fue el hermano menor quien desde el comienzo necesitó mayor atención, ya que padeció en la niñez problemas físicos de salud. “El estado de mi pequeño me deprime sobremanera”, escribió Einstein en una ocasión al inflamarse los pulmones del pequeño.
Pese a ello, era un excelente estudiante e intercambiaba con su padre intensas discusiones sobre música y filosofía. Pero a los 22 años, cuando estudiaba medicina (soñaba con ser psiquiatra), Eduard fue diagnosticado con esquizofrenia, y lo internaron en una clínica psiquiátrica en Suiza.
Esto volvió a traer tristes emociones al científico. “Al más refinado de mis hijos, al que realmente consideraba de mi propia naturaleza, le sobrevino una enfermedad mental incurable”, escribió.
Su cuadro se hizo más complicado, ya que si bien había obtenido el alta en la institución, los tratamientos de electrochoque aplicados allí agravaron su estado. Lo cuidó la madre, hasta que luego del fallecimiento de la misma volvió a estar recluido.
Dejó de hablar con su padre, al que le había dicho “que lo odiaba” en la última visita que este le hizo antes de emigrar a Estados Unidos por el peligroso ascenso de los nazis. Dijo adiós a los 55 años entre paredes de hospital en Zurich, con una muerte causada por un derrame cerebral.
Por otra parte, su hermano Hans tuvo una larga carrera dedicada a la ingeniería hidráulica, y terminó dando clases en la Universidad de California, en Berkeley. Fue justamente en el país de América del Norte donde cosechó varios laureles por sus desarrollos en la materia.
El segundo casamiento de Einstein con su prima y la polémica atracción no correspondida
El célebre físico rompió con Mileva Maric, la compañera de noches de trabajo y con quien formó una familia. Pero antes de la separación formal ya mantenía una relación de amantes con su prima Elsa Lowenthal, y hasta pensó en ofrecerle matrimonio a quien sería su hijastra.
Antes de la consumación de la ruptura, que llevó varios años, Einstein llegó a convivir con Elsa. En el departamento de Berlín los acompañaban las dos hijas mayores de edad que ella tuvo en un matrimonio anterior, Margot e Ilse.
Albert Einstein y su segunda esposa, su prima Elsa Loewenthal. Foto: ArchivoFamiliar por partida doble al ser hija de su tía materna y de su tío paterno, Elsa adoptó un rol de cuidadora. Pero la fidelidad monogámica no estaba entre las convicciones del científico, al punto de que antes de casarse por segunda vez pensó en hacerle tal propuesta a Ilse, como dijimos, la hija menor de ella.
Esta situación ocurrió en la primavera de 1918, según reveló la la octava entrega de “Documentos recopilados de Albert Einstein” de Princeton University Press.
Ilse, que por entonces tenía 20 años, “amaba a Albert como a un padre”, y “no se sentía para nada atraída por él”, según contó Dennis Overbye en una entrevista a Edge titulada Sexo y física. “Socorro, ¿qué hago aquí?”, le escribió la muchacha a un amigo, demostrando su incomodidad.
Finalmente esa idea se desvaneció y los primos se casaron en 1919. Ante el creciente antisemitismo, Einstein y Elsa se fueron juntos en 1933 a Nueva Jersey, Estados Unidos, lugar donde él continuaría sus amoríos. Incluso cayó en manos de la espía rusa Margarita Konenkova, quien estaba interesada en el Proyecto Manhattan, basado en la producción de armas nucleares.
Este proyecto, aprobado por el Presidente Franklin D. Roosevelt, tuvo como antecedente una carta firmada por el Premio Nobel. Allí se sugería el inicio de un programa nuclear antes de que Alemania pudiera crear tal tipo de bombas.
Volviendo a los aspectos amorosos, Elsa no hizo caso a las infidelidades de su marido. Murió tres años después de haberse ido de Europa, y este fue, ahora sí el último matrimonio de Einstein, quien luego de las tensiones con Maveric se había sentenciado no volver a casarse.
El cuestionamiento a los mandatos fue una constante en la vida de Albert Einstein. Lo caracterizó tanto en su labor científica como en su vida privada. Falleció el 18 de abril de 1955 en Princeton, habiendo derribado nociones convencionales sobre la naturaleza de la luz, y dejando reflexiones del ser humano.
Una de las tantas se encuentra en una carta que le escribió a su amante rusa, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial:
“Los hombres viven ahora como lo hacían antes (…) y es claro que no han aprendido nada del horror que han experimentado. Las pequeñas intrigas con las que complicaban sus vidas previamente, ocupan de nuevo gran parte de su pensamiento. Qué extraña especie somos”.
Será que cada uno vive -y descubre-, a su manera. En su propio tiempo y espacio.
Fuente: www.clarin.com



